“No te tomes la vida demasiado en serio; después de todo, ¡no saldrás vivo de ella!” (André Maurois)
En los últimos años se ha puesto de moda todo tipo de actividades relacionadas con la risoterapia o terapia a través de la risa, en un esfuerzo por parte de la Psicología Positiva de recuperar el valor del humor como herramienta terapéutica válida y complementaria para combatir el estrés, el desánimo, la baja autoestima y demás dolores del cuerpo y del alma.
En este sentido, tal vez porque procedemos de una sociedad donde la risa se ha asociado a menudo con falta de sensatez, respeto y demás valores propios de la “madurez” adulta, hasta hace poco tiempo todavía resultaba inadecuado bromear o jugar… ¡como niños! Y para muestra un botón, como me reconoció recientemente una mujer que participaba, entre escéptica y expectante, en un taller del humor, convencida de una máxima aprendida en su más tierna infancia y aplicada en su vida cotidiana: “quién mucho ríe poco juicio tiene.”
Y sin embargo, igual que venimos al mundo con la natural capacidad para llorar, dormir o comer, también venimos con capacidad para reír; otra cosa es que -como todo buen hábito- requiera práctica y regularidad, algo que no siempre ejercitamos. Por ello, en esta dulce e inocente vuelta a la infancia que nos brinda el humor, encontramos una estupenda oportunidad para producir endorfinas, aliviar vergüenzas, afrontar temores, relativizar problemas, aceptar debilidades, expresar conflictos, flexibilizar opiniones, crear vínculos, etc.; paradójicamente, cuando nos reímos de verdad, con todo el cuerpo, no podemos estar a la vez preocupados, ya que son dos estados física y mentalmente antagónicos.
Y si bien muchas veces no “nos sale” un carcajada a mandíbula batiente, de esas francas y profundas que nacen de las entrañas y aflojan todos los músculos (incluso a veces… ¡más de los que nos gustarían!), también resulta recomendable el sano ejercicio de la sonrisa, “hija menor” del humor pero nada desdeñable. Así mismo, si tampoco “nos sale” una mueca sonriente, un esbozo de la media luna facial, baste entonces con esforzarnos por “poner al mal tiempo buena cara”, “hacer de tripas corazón”… y tantas otras expresiones populares que nos recuerdan que en ocasiones la vida requiere buenas dosis de coraje, paciencia y humor, como reza un poema de Pablo Neruda: “… evitemos la muerte en suaves cuotas, recordando siempre que estar vivo exige un esfuerzo mayor que el simple hecho de respirar”.
Por ello, de mi corta experiencia profesional con el humor extraigo una breve reflexión personal: creo sinceramente que en esta admirable actitud ante la vida es donde reside la auténtica salud mental del ser humano, esto es, nuestro mejor antídoto contra la amargura.
A los que hacéis posible el programa de Mujer Plus del Ayuntamiento de Santander, ¡gracias!
SENCILLAS RECETAS PARA REÍR MÁS Y MEJOR
1.- Adquiere un compromiso contigo mismo para sonreír todos los días: hoy en día podemos acceder al humor desde nuestros propios hogares a través de la radio, la TV, los libros, etc.
2.- Desarrolla tu “sonrisa interior”: cierra los ojos, adopta una postura cómoda e imagina que le ofreces a tu cuerpo una sonrisa que se expande desde tu abdomen hasta las extremidades dándole las gracias por todo lo que te permite hacer.
3.- Sé generoso y regala sonrisas: dirígete a un espejo, pon tu cara más seria y observa qué sensación provoca en ti… ahora borra esa expresión, piensa en alguien que -nada más verlo- genere una amplia sonrisa en tu boca y observa esa serena y fresca expresión en tu rostro.
4.- Aprecia situaciones cotidianas graciosas: medita y “valora” tus torpezas diarias, la espontaneidad de los niños, las ironías de la vida… como oportunidades al alcance de tu mano para relativizar los pequeños sinsabores del día a día.
5.- Comparte con tu gente momentos divertidos de tu vida: rememorar anécdotas personales a modo de “autobiografía humorística” equilibra nuestras experiencias dolorosas.
SUSANA LANDÍN DÍAZ DE CORCUERA
Psicóloga y psicoterapeuta
Publicado en revista El Mundo