Ésta es Mafalda, sus padres y su hermano Guille:
- “¿Qué pasa?”, pregunta Mafalda a sus padres en presencia de Guille.
- “¡Que tu hermano es un caprichoso!”, le responde su madre enfadada.
- Mafalda, mira tiernamente a su hermano y le dice: “¡Pero Guille, tenés que ser comprensivo, caramba! Pensá que esta buena gente antes de educarnos a nosotros no educó nunca a nadie. Venimos a ser sus hijitos de indias, ¡Qué vamos a hacerle!”
Esta escena, aunque se trate de un chiste de Quino, refleja bastante bien la difícil realidad de educar, tarea para la que no “nacemos sabiendo”, en la que a menudo avanzamos a tientas aprendiendo sobre la marcha y que -como otros muchos retos vitales- requiere buena dosis de coraje, práctica y constancia, con sus aciertos y sus errores.
Y conscientes de esta humana dificultad, en los últimos años proliferan, sabiamente impulsadas desde entidades tanto públicas como privadas, las llamadas “Escuelas de padres”. Éstas -como su nombre bien indica- pretenden ser espacios abiertos al análisis y al aprendizaje dónde, con la ayuda de un profesional, papás y mamás puedan conjuntamente y a demanda reflexionar, consultar, adquirir y/o reforzar actitudes, habilidades y pautas que favorezcan su más adecuada actuación en relación a la educación de los hijos y la convivencia familiar.
No obstante, tal vez porque todavía nos cuesta expresar públicamente lo que ocurre en el ámbito privado de nuestros hogares, porque somos muy tímidos y pudorosos con nuestras comprensibles dudas (y equivocaciones) como padres, porque pretendemos transmitir una aparente imagen de seguridad personal, dominio de la materia y fortaleza de carácter ó -simplemente- porque pensamos que “a estas alturas, ¡qué me van a enseñar que yo no sepa ya!”, en dichas escuelas se produce, a menudo, una triste paradoja: acuden mayoritariamente, interesados y expectantes, aquellos progenitores que -por norma general- educan a sus hijos con bastante coherencia y sentido común y permanecen en sus casas muchos otros que bien podrían beneficiarse de estos espacios grupales de reflexión y apoyo.
Por ello, desde aquí animo a todos aquellos papás y mamás que, por cualquier motivo, han declinado hasta ahora la estupenda oportunidad de asistir a estos encuentros de padres, a que se “matriculen” por lo menos una vez de esta “asignatura pendiente” -incluso como meros “oyentes” si así lo prefieren- antes de suprimirla definitivamente de su “curso académico”; la experiencia no les dejará indiferentes y, además, siempre se está a tiempo de repetir, con un conocimiento de causa más actualizado si cabe, aquello de “a estas alturas, ¡qué me van a enseñar que yo no sepa ya!”.
ESTILOS EDUCATIVOS
A la hora de decidir las pautas más apropiadas para educar con éxito, las posturas extremas, tanto por exceso de libertad -ó permisividad- como de disciplina y rigidez, son las más problemáticas. En este sentido, existen 4 estilos educativos en función de 2 variables: nuestra capacidad de apoyo emocional y de control sobre las conductas nuestros hijos:
- Estilo autoritario: modelo jerárquico en el que predomina el control parental sobre su hijo a partir del valor de la obediencia y de la restricción de su autonomía personal, con escaso apoyo emocional y mayor propensión al castigo físico.
- Estilo permisivo: en pro de un mal entendido apoyo emocional, se proporciona al hijo toda la autonomía posible -siempre que no se ponga en peligro su supervivencia física-, sin ningún tipo de contención, regulación ó supervisión paterna.
- Estilo negligente: en este perfil, los padres tienden a limitar el tiempo y el esfuerzo que invierten en sus tareas parentales, mostrándose bastante “ausentes” en su rol y minimizando tanto el control como el apoyo emocional a sus hijos.
- Estilo “democrático”: considerado el estilo educativo más saludable, coherente y equilibrado, busca puntos medios entre un razonable nivel de contención y exigencia paterna y cierto horizonte de autonomía para el hijo, todo ello aderezado con buena dosis de afecto, comunicación, respeto mutuo, comprensión y apoyo emocional.
OIGAMOS A NUESTROS HIJOS
No me des todo lo que pida, a veces yo sólo pido para ver cuánto puedo obtener.
No me des siempre órdenes, si a veces me pidieras las cosas lo haría con más gusto.
Cumple tus promesas, si me prometes un premio o un castigo, dámelo.
No me compares con nadie, si me haces lucir peor que los demás seré yo quien sufra.
No me corrijas delante de los demás, enséñame a ser mejor cuando estemos a solas.
No me grites, te respeto menos cuando lo haces y me enseñas a gritar.
Déjame valerme por mí mismo o nunca aprenderé.
Cuando estés equivocado admítelo y crecerá la opinión que tengo de ti.
Haré lo que tú hagas pero nunca lo que digas y no hagas.
Enséñame a conocer y amar a Dios.
Cuando te cuente mis problemas, no me digas “no tengo tiempo”, compréndeme y ayúdame.
Quiéreme y dímelo, me gusta oírtelo decir.
Poema extraído del libro “Un instante para ti” de Elsa Sentíes y Rafael Martín.
SUSANA LANDÍN DÍAZ DE CORCUERA
Psicóloga y psicoterapeuta
Publicado en revista El Mundo